Una conmovedora carta en donde se pone de manifiesto la
impunidad al amparo de la fama y el dinero. Parece que mantener relaciones sexuales con tus hijas, está permitido
si tus cintas tienen buenas críticas.
Normalmente
nunca me enfoco en la vida personal de los actores o directores, si no en
difundir noticias o realizar críticas sobre su obra. Pero en este caso va
muchísimo más allá de un simple entretenimiento. Muchas mujeres sin la
posibilidad de la fama quizás hayan sufriendo lo mismo y una carta como esta
puede ser de ayuda para superar su situación de injusticia, o al menos les
brinde el empujón final para denunciar el abuso.
Esta carta
fue publicada por parte de Dylan Farrow, el sábado pasado en el diario The
New York Times, dentro del blog
del periodista Nicholas Kristof,en donde denuncia el sufrimiento que ha padecido por haber sido víctima de abusos
sexuales por parte de su padre, el cineasta Woody Allen. Quien actualmente se encuentra casado con su otra hija adoptiva Soon-Yi.
La
siguiente es la carta completa:
"¿Qué
película de Woody Allen es su
favorita? Antes de responder, les contaré algo que deben saber: cuando yo tenía
siete años, Woody Allen me tomo de la
mano y me llevó a un ático sombrío, casi un armario, que había en la segunda
planta de nuestra casa. Me dijo que me tumbara boca abajo y jugara con el tren
eléctrico de mi hermano. Y entonces me agredió sexualmente. No dejó de hablar
mientras tanto, de susurrar que era una buena niña y que aquello era un secreto
entre los dos, de prometer que íbamos a ir a París y yo iba a ser una estrella
en sus películas. Recuerdo mirar fijamente el tren, no perderlo de vista
mientras daba vueltas por el ático. Todavía hoy, me resulta difícil contemplar
trenes de juguete.
Desde
que tengo memoria, mi padre siempre me había hecho cosas que no me gustaban. No
me gustaba con cuánta frecuencia me apartaba de mi madre, mis hermanos y mis
amigos para estar los dos a solas. No me gustaba que me metiera su dedo pulgar
en la boca. No me gustaba tener que meterme en la cama con él, bajo las
sábanas, cuando él estaba en calzoncillos. No me gustaba cuando colocaba la
cabeza en mi regazo desnudo y respiraba hondo. Me escondía bajo las camas o me
encerraba en el cuarto de baño para evitar esas situaciones, pero él siempre me
encontraba. Ocurría tantas veces, como si tal cosa, ocultándoselo con tanta
habilidad a una madre que me habría protegido si se hubiera enterado, que yo
creía que era lo normal. Creía que así era como los padres mimaban a sus hijas.
Sin embargo, lo que me hizo en el ático me pareció distinto. Ya no pude seguir
guardando el secreto.
Cuando
le pregunté a mi madre si su padre le había hecho a ella lo que me hacía Woody
Allen a mí, no tenía sinceramente ni idea de cuál iba a ser la respuesta. Ni
tampoco sabía la tormenta que iba a desencadenar. No sabía que mi padre iba a utilizar su relación sexual con mi hermana
para encubrir los abusos a los que me tenía sometida. No sabía que iba a acusar
a mi madre de meterme la idea en la cabeza ni que iba a llamarla mentirosa por
defenderme. No sabía que me iban a pedir que contara mi historia una y otra
vez, a un médico detrás de otro, para presionarme y comprobar si reconocía que
estaba mintiendo, dentro de una batalla legal que yo no podía entender de
ninguna manera. En un momento dado, mi madre se sentó conmigo para decirme que no
me pasaría nada si estaba mintiendo, que podía retractarme de todo lo que había
dicho. Pero no podía hacerlo, porque era todo verdad. Sin embargo, a una
persona poderosa le es muy fácil entorpecer una acusación de abusos sexuales.
Enseguida aparecieron expertos que impugnaron mi credibilidad. Médicos
dispuestos a usar sus armas psicológicas contra una niña que había sufrido esos
abusos.
Después
de una vista para decidir la custodia en la que a mi padre se le negó el
derecho de visita, mi madre decidió no presentar una demanda penal, pese a que
el Estado de Connecticut había llegado a la conclusión de que había “causa
probable”. Lo hizo, en palabras del fiscal, por la fragilidad de “la niña
víctima”. Woody Allen no fue nunca condenado por ningún delito. El hecho de que
hubiera salido indemne me atormentó durante mi infancia y adolescencia. Me
sentía terriblemente culpable de pudiera seguir relacionándose con otras niñas.
Me aterrorizaba que me tocaran otros hombres. Adquirí un trastorno alimentario.
Empecé a cortarme con cuchillas. Y la tortura se agravó aún más por culpa de
Hollywood. Todo el mundo, salvo unos pocos (que son mis héroes), hizo la vista
gorda. A la mayoría de ellos les resultaba más fácil aceptar la ambigüedad,
decir “quién sabe qué sucedió”, fingir que no había pasado nada. Los actores le
elogiaban en las ceremonias de premios. Las cadenas de televisión le llevaban a
sus programas. Los críticos hablaban de él en las revistas. Cada vez que veía
el rostro de quien había abusado de mí --en un cartel, una camiseta, un
televisor--, no podía más que disimular mi pánico hasta que encontraba un
rincón en que estar a solas para desmoronarme.
Hace
unos días, Woody Allen recibió una nueva nominación a un Oscar. Y esta vez,
decidí no desmoronarme. Durante mucho tiempo, la aceptación de la que ha
disfrutado me ha mantenido en silencio. Me parecía un reproche personal, como
si los premios y los aplausos fueran una manera de decirme que me callara y me
fuera. Pero varios supervivientes de abusos sexuales que se han puesto en
contacto conmigo, para mostrarme su apoyo y compartir sus temores a dar la
cara, a que les llamaran mentirosos, a que les dijeran que sus recuerdos no
eran reales, me han dado un motivo para romper el silencio, aunque solo sea
para que otros sepan que no tienen que permanecer callados.
Hoy
me considero afortunada. Estoy felizmente casada. Cuento con el respaldo de mis
maravillosos hermanos y hermanas. Tengo una madre que supo encontrar en su
interior la fortaleza necesaria para salvarnos del caos que había introducido
un depredador en nuestro hogar.
Sin
embargo, sigue habiendo otras personas asustadas, vulnerables, que se esfuerzan
para encontrar el valor que les permita decir la verdad. Y el mensaje que les
transmite Hollywood es importante.
¿Y
si hubiera sido tu hija, Cate
Blanchett? ¿Louis CK? ¿Alec Baldwin? ¿Y si hubieras sido tú, Emma Stone? ¿O tú, Scarlett Johansson? Diane Keaton, tú me conociste
cuando era niña. ¿Te has olvidado de mí?
Woody
Allen es una prueba viviente de que nuestra sociedad no se porta bien con los
supervivientes de abusos y agresiones sexuales.
Por
eso, imagínense a su hija de siete años, imagínense que Woody Allen se la lleva
al ático. Imagínense que, durante el resto de su vida, a esa niña le dan
náuseas cada vez que oye el nombre de él. Imagínense un mundo que aplaude a su
atormentador.
¿Se
lo imaginan? Y ahora, ¿qué película de Woody Allen es su favorita?"
La traducción de la carta pertenece a El diario digital EL País de España.
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